Sergio ha sabido responder a lo ocurrido cuando decidió darle un beso a la persona con la que había estado cenando minutos antes. Ella no tenía ganas de tanta intimidad y lo vio claro: se separó de él y cambio de tema.

Sergio llegó a First Dates con la confianza disparada. A sus 33 años, celador, extrovertido y con las ideas muy claras, entraba al restaurante con paso decidido y un objetivo cristalino: encontrar a una mujer “curvy y con mucho pecho”, tal y como confesó sin ningún rubor.
Sonreía, miraba a cámara con esa seguridad que solo tienen los que creen que la noche les pertenece, y esperaba encontrarse, por fin, con alguien que encajara con lo que llevaba tiempo buscando.
Sara, también de 33 años, limpiadora y estudiante, llegó al restaurante con una energía distinta. No venía tan subida de moral, pero sí con esperanza. Quería a alguien especial, alguien con quien construir algo, alguien que la valorara.
Lo que no imaginaba era que la cita que iba a vivir estaría cargada de expectativas, choques, risas, tensiones y un momento tan incómodo como memorable:
la cobra de Sergio, ejecutada con una precisión que podría enseñarse en academias de “lo que no debes hacer en una primera cita”.
La primera impresión fue desigual. Para Sergio fue un flechazo inmediato, visceral y, según él, físico.
—“Me he excitado desde que la he visto”, soltó sin filtros, como quien dice que le gusta la mesa donde le han sentado.

Sara, en cambio, observó con detalle, analizó el conjunto y notó que le faltaba algo.
—“Le falta un toquecillo gamberro”, pensó en voz alta ante las cámaras, dejando claro que no había habido un impacto inicial.
Aun así, ambos se sentaron a cenar con la intención de conocerse mejor. La conversación fluyó entre edad, profesión, relaciones pasadas y pequeños descubrimientos mutuos. Sergio, en un intento de halago, lanzó un comentario que él consideró un piropo.
—“Me ha sorprendido para bien, eres guapa. Me gustan las mujeres con curvas.”
Lo que para él era un cumplido, para ella fue un golpe torpe y poco elegante.
—“Es como si digo que me encantan los chicos que se están quedando calvos”, respondió Sara en privado, dejando claro que el comentario no la había conquistado precisamente.
Sergio intentó pasar página, incluir algo de humor, y ambos continuaron hablando mientras comían. Había cierto esfuerzo por conectar, aunque también se intuían diferencias evidentes en carácter y expectativas.
Pero la velada tomó un nuevo rumbo cuando los invitaron al reservado, donde el karaoke y el ambiente más relajado prometían acercarlos… o separarlos por completo.
Allí, micrófono en mano, risas algo forzadas y una cercanía creciente marcaron el ritmo de la escena. Entre canción y canción, entre bromas tímidas y miradas de reojo, Sergio sintió que había llegado su momento. El instante perfecto. El minuto mágico. O al menos eso creyó él.
Sin avisar, sin calibrar, sin pedir permiso, se lanzó.
Intentó besar a Sara.
Ella, completamente desconcertada, giró la cara con una velocidad sorprendente, se apartó con elegancia defensiva y evitó el contacto de forma tajante.
Fue una cobra de manual, de las que podrían entrar sin problema en un ranking televisivo. Su expresión lo decía todo: incredulidad, rechazo y una pizca de indignación contenida.
Frente a las cámaras, confesó después:
—“No me conoce… ¿por qué me tiene que dar un beso? A lo mejor soy yo que soy muy asquerosa pero… ¿por qué?”
Lo más inesperado no fue la cobra, sino la reacción de Sergio. Lejos de quedarse helado, humillado o enfadado, actuó como si no hubiera pasado nada.
—“Bueno, no pasa nada. Podemos bailar, ¿no?”, dijo con una naturalidad que dejó al equipo sorprendido.
Cuando habló después con la redacción del programa, añadió:
—“La vida está hecha para los valientes. He arriesgado. Me ha salido mal, pero puede ser que luego me salga bien.”
Para él, la cobra no había sido un fracaso romántico, sino un simple tropiezo en el camino del conquistador que cree en la insistencia como filosofía de vida.
La decisión final llegó con cierto suspense, aunque no exactamente por sorpresa. Sergio tenía clarísimo que quería seguir conociendo a Sara.
—“Sí, porque tenemos muchas cosas en común. Físicamente me ha gustado y me gustaría conocerla más. Que me enseñe Valencia e ir a la playa con ella.”
Miraba a Sara de reojo, con picardía, convencido de que todavía podría remontar el marcador emocional.
Pero ella no lo veía igual.
Con educación, con firmeza y con una sonrisa amable, explicó lo que pensaba:
—“He estado muy a gusto, me he reído mucho, me pareces un chaval increíble, pero te falta un poquito de maldad.”
No había enfado, ni tensión, ni drama; simplemente sinceridad. Y así, sin segundas oportunidades, cada uno salió por su lado, con la noche resuelta pero también con la certeza de que no iban por el mismo camino.
La cita dejó risas, incomodidades, una cobra para el recuerdo y una lección televisiva repetida mil veces pero que muchos siguen ignorando: lanzarse sin leer el ambiente tiene consecuencias. Y en First Dates, esas consecuencias quedan registradas para siempre.